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La escuela como tal es un concepto abstracto. Lo que tiene existencia real es cada escuela, ubicada en un terreno determinado, habitada por personas concretas, y perteneciente a un entorno social específico. Esa es la que debería verse en el espejo para comprobar en qué medida sus alumnos están siendo debidamente atendidos. Pero ¿qué ve al mirarse? ¿Se ve tal cual es o como se imagina que es, o como querría ser? ¿Con qué criterio interpreta lo que ve? Proliferan métodos, conceptos e instrumentos que, pretendiendo convertirse en panaceas educativas, tienen una vida muy efímera. Es preciso distinguir en el espejo aquellas innovaciones valiosas capaces de trazar un rumbo distinto para cada alumno que haga posible su desarrollo intelectual, afectivo y ético.
El equipo editorial de SM ha seleccionado cuidadosamente estos libros:
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La escuela como tal es un concepto abstracto. Lo que tiene existencia real es cada escuela, ubicada en un terreno determinado, habitada por personas concretas, y perteneciente a un entorno social específico. Esa es la que debería verse en el espejo para comprobar en qué medida sus alumnos están siendo debidamente atendidos. Pero ¿qué ve al mirarse? ¿Se ve tal cual es o como se imagina que es, o como querría ser? ¿Con qué criterio interpreta lo que ve? Proliferan métodos, conceptos e instrumentos que, pretendiendo convertirse en panaceas educativas, tienen una vida muy efímera. Es preciso distinguir en el espejo aquellas innovaciones valiosas capaces de trazar un rumbo distinto para cada alumno que haga posible su desarrollo intelectual, afectivo y ético.
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¿Qué importa más: el rendimiento académico o el desarrollo personal de los estudiantes? Estamos tan preocupados por el futuro y vamos tan deprisa que parecemos olvidar a la persona que vive detrás de cada alumno y la necesidad de acompañarlo en procesos de aprendizaje vitales.
Más que acumular datos, los jóvenes precisan desarrollar un saber y un saber hacer que no puede estar desvinculado del saber ser y el saber convivir, que se adquieren a través del desarrollo de habilidades para la vida. ¿Cómo se aprenden las habilidades para la vida? Desde la práctica, la reflexión y el diálogo.
Cuando imaginamos una escuela dedicada a esta labor, tenemos en mente a los estudiantes, pero también al profesorado como principal agente del cambio, ya que enseñamos lo que somos. La buena noticia es que todas las personas, a cualquier edad, pueden desarrollar estas habilidades a través de un entrenamiento adecuado, como el que proponen las autoras de este libro, que durará toda la vida. Las preocupaciones por los resultados académicos y el futuro profesional de niños y jóvenes parecen justificar la excesiva importancia que los adultos atribuyen al éxito escolar, relegando a un segundo plano el desarrollo personal, emocional y relacional. A pesar de los esfuerzos para mejorar la educación, es cada vez más evidente que la mayoría de las escuelas y las universidades no están proporcionando las herramientas necesarias para prosperar en un mundo complejo, marcado por los avances en tecnología, la globalización, la incertidumbre económica, la inestabilidad laboral o la dinámica social cambiante, que nos enfrentan a retos y oportunidades que nunca antes habíamos experimentado No cabe duda de que el conocimiento académico cumple una función importante, pero en nuestro mundo, más allá del conocimiento teórico y algunas capacidades prácticas vinculadas a esas disciplinas, necesitamos cada vez más enseñar habilidades para la vida, ya que, con el tiempo, serán un síntoma de que mucho de lo que se aprendió en la escuela ha llegado a contribuir decisivamente a la calidad de vida del alumnado, tanto en lo personal como en lo profesional.
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La escuela como tal es un concepto abstracto. Lo que tiene existencia real es cada escuela, ubicada en un terreno determinado, habitada por personas concretas, y perteneciente a un entorno social específico. Esa es la que debería verse en el espejo para comprobar en qué medida sus alumnos están siendo debidamente atendidos. Pero ¿qué ve al mirarse? ¿Se ve tal cual es o como se imagina que es, o como querría ser? ¿Con qué criterio interpreta lo que ve? Proliferan métodos, conceptos e instrumentos que, pretendiendo convertirse en panaceas educativas, tienen una vida muy efímera. Es preciso distinguir en el espejo aquellas innovaciones valiosas capaces de trazar un rumbo distinto para cada alumno que haga posible su desarrollo intelectual, afectivo y ético.
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Más que acumular datos, los jóvenes precisan desarrollar un saber y un saber hacer que no puede estar desvinculado del saber ser y el saber convivir, que se adquieren a través del desarrollo de habilidades para la vida. ¿Cómo se aprenden las habilidades para la vida? Desde la práctica, la reflexión y el diálogo.
Cuando imaginamos una escuela dedicada a esta labor, tenemos en mente a los estudiantes, pero también al profesorado como principal agente del cambio, ya que enseñamos lo que somos. La buena noticia es que todas las personas, a cualquier edad, pueden desarrollar estas habilidades a través de un entrenamiento adecuado, como el que proponen las autoras de este libro, que durará toda la vida. Las preocupaciones por los resultados académicos y el futuro profesional de niños y jóvenes parecen justificar la excesiva importancia que los adultos atribuyen al éxito escolar, relegando a un segundo plano el desarrollo personal, emocional y relacional. A pesar de los esfuerzos para mejorar la educación, es cada vez más evidente que la mayoría de las escuelas y las universidades no están proporcionando las herramientas necesarias para prosperar en un mundo complejo, marcado por los avances en tecnología, la globalización, la incertidumbre económica, la inestabilidad laboral o la dinámica social cambiante, que nos enfrentan a retos y oportunidades que nunca antes habíamos experimentado No cabe duda de que el conocimiento académico cumple una función importante, pero en nuestro mundo, más allá del conocimiento teórico y algunas capacidades prácticas vinculadas a esas disciplinas, necesitamos cada vez más enseñar habilidades para la vida, ya que, con el tiempo, serán un síntoma de que mucho de lo que se aprendió en la escuela ha llegado a contribuir decisivamente a la calidad de vida del alumnado, tanto en lo personal como en lo profesional.
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